Hace un tiempo, mirando una propaganda del gran súper clásico Boca- River, surgió una frase de la boca de mi hija Carla: fútbol=violencia.
A esto pretendí agregar algo, pero la niña-mujer, de 21 años, me detuvo diciendo: “la violencia en todas sus expresiones es lo peor.”
Meditando sobre sus palabras, asumo el razonamiento, ya que la violencia se expresa de innumerables maneras: las que a diario se observan en los canales de tv, las que se padecen en los puestos de trabajo, esto generalizando. Pero también están aquellas, propias de algunas almas, verdaderamente perversas, como gestos, miradas, palabras, silencios, mentiras, hipocresías, dudas, etc…, que apuntan directo a lo psicológico. También se puede practicar auto violencia.
Ya sabemos que no es necesario tocar a alguien para ejercer algún tipo de agresión.
Ésto produce en quien da, o recibe, un estado, continuo e irrecuperable, de guardia permanente, ya que no se logra nunca más un equilibrio de mente y cuerpo, ambos se van desgastando hasta llegar a una nada de pensamientos objetivos.
De las nombradas, hay quienes darían cátedra por diversos motivos, pero es habiéndolas padecido o ejecutado que se comprende verdaderamente la magnitud de la palabra en cuestión.
Sin enciclopedias de por medio, ni libros de psiquiatría, ni psiquiatras propiamente dichos, se puede decir que aquel que agrede a un semejante está atentando contra la vida de ambos en forma directa, llevando al violento y al violentado a tomar decisiones drásticas sobre sus destinos.