Absorta en el horizonte y sin saber muy bien hacia
dónde iba subió decidida a entregarse a esa historia,
tejida con finos hilos de desconfianza…,
destrozando cristales, aniquilando distancias…
No puso resistencia alguna cuando lo vio.
Se entregó blandamente a la ironía de la vida que,
había pensado, le sonreía por fin…
Mas su alma, segura de sí, y con marcas de antiguas
batallas duramente ganadas al destino,
esta vez no le habló al oído…
Y aquella sucesión de hechos y palabras hizo que
callera ante el despiadado hechizo del amor,
que la abrazaba con calidez…
Aquel hombre-dios estaba allí, mirándola con ternura
y deseo…
Ese, que le hablaba al oído, que atendía su necesidad,
estaba de pie ante sus ojos asombrados…, esperándola!
Hasta podía escuchar el latido agitado
de su corazón en vuelo…
Se dejó envolver con sus brazos firmes,
hundiéndose en su pecho, abierto de par en par,
sólo para ella…
Y así, casi sin pensar, aquel día murió de gozo…